La necesidad de la dictadura de Primo de Rivera de conseguir una base social fuerte que respaldase al sistema y de dar una imagen de modernismo social en Europa hicieron que en España se consolidase, hacia los años veinte del siglo pasado, la participación de la mujer en la vida pública.
A partir de ese momento, fueron muchas las asociaciones de mujeres que, poco a poco, se formaron en nuestro país, algunas de ellas católicas, que resultaron muy beneficiadas por su colaboración con el régimen y muchas de sus líderes fueron más tarde designadas por el general para ocupar puestos en la Administración Nacional y en los ayuntamientos como concejalas. Pero, a pesar del avance que esto supuso, la actitud de la dictadura no dejaba de ser paternalista, por un lado: las mujeres no habían sido elegidas, sino designadas, e, injusta, por otro: en 1924, un Real Decreto reconocía el derecho al voto de las mujeres, reservado sólo para solteras y viudas, puesto que las casadas podían ejercerlo contra los intereses de sus maridos.
Fue con la llegada de la Segunda República en 1931 cuando las mujeres españolas pudieron integrarse en la acción política y social, algo que, de una u otra manera, interesaba a todas las fuerzas políticas. Clara Campoamor salió elegida parlamentaria por Madrid como miembro del Partido Radical y Victoria Kent, por el Partido Radical Socialista. Aún así, el tema de la concesión del voto femenino seguía siendo una cuestión polémica, que enfrentaba, incluso, a las dos únicas mujeres de la Cámara.
La lucha por el voto constituye una de las manifestaciones más significativas del movimiento que llevó a las mujeres de Europa y América del Norte a organizarse para lograr la emancipación de su sexo desde mediados del siglo XIX. Para estas mujeres no se trataba tan sólo de conseguir el sufragio, sino de batallar por la igualdad jurídica y el derecho a la educación, al trabajo y a la administración de sus propios bienes. Propósitos todos que, en la era del liberalismo burgués, únicamente podían ser conseguidos mediante la plena participación política en las instituciones parlamentarias y que, en consecuencia, auspiciaron la formación de numerosas asociaciones sufragistas, verdadera punta de lanza del feminismo y, sin duda, su imagen más combativa.
La lucha por el voto femenino constituye una de las reivindicaciones más significativas del movimiento feminista durante el siglo XIX y parte del XX.
Su importancia fue tal que, una vez alcanzado en una dilatada secuencia cronológica según los países, dicho movimiento sufrirá un brusco parón. Habrá que esperar a los años sesenta para que surja una nueva corriente pensadora, el movimiento de liberación de la mujer, cuyo estudio merece ser abordado de forma separada ya que sus objetivos – en cuanto a complejidad, amplitud y ambición – difieren notablemente de los perseguidos por sus antecesoras las sufragistas.
La oposición a conceder el voto a la mujer, casada o soltera, estaba basada en el temor a que no estuviese todavía lo suficientemente independizada de la Iglesia y su voto fuese en su mayor parte derechista, poniendo así en peligro la existencia misma de la República." En el debate del día 1 de octubre de 1931, Victoria Kent (Izquierda Republicana) propuso que se aplazara la concesión del voto a la mujer; no era, decía, una cuestión de la capacidad de la mujer, sino de oportunidad para la República.
La necesidad de la dictadura de Primo de Rivera de conseguir una base social fuerte que respaldase al sistema y de dar una imagen de modernismo social en Europa hicieron que en España se consolidase, hacia los años veinte del siglo pasado, la participación de la mujer en la vida pública.
ResponderEliminarA partir de ese momento, fueron muchas las asociaciones de mujeres que, poco a poco, se formaron en nuestro país, algunas de ellas católicas, que resultaron muy beneficiadas por su colaboración con el régimen y muchas de sus líderes fueron más tarde designadas por el general para ocupar puestos en la Administración Nacional y en los ayuntamientos como concejalas. Pero, a pesar del avance que esto supuso, la actitud de la dictadura no dejaba de ser paternalista, por un lado: las mujeres no habían sido elegidas, sino designadas, e, injusta, por otro: en 1924, un Real Decreto reconocía el derecho al voto de las mujeres, reservado sólo para solteras y viudas, puesto que las casadas podían ejercerlo contra los intereses de sus maridos.
Fue con la llegada de la Segunda República en 1931 cuando las mujeres españolas pudieron integrarse en la acción política y social, algo que, de una u otra manera, interesaba a todas las fuerzas políticas. Clara Campoamor salió elegida parlamentaria por Madrid como miembro del Partido Radical y Victoria Kent, por el Partido Radical Socialista. Aún así, el tema de la concesión del voto femenino seguía siendo una cuestión polémica, que enfrentaba, incluso, a las dos únicas mujeres de la Cámara.
David Pérez Rubio 3b
EL Voto Femenino en España
ResponderEliminarLa lucha por el voto constituye una de las manifestaciones más
significativas del movimiento que llevó a las mujeres de Europa y América
del Norte a organizarse para lograr la emancipación de su sexo desde
mediados del siglo XIX. Para estas mujeres no se trataba tan sólo de
conseguir el sufragio, sino de batallar por la igualdad jurídica y el derecho a
la educación, al trabajo y a la administración de sus propios bienes.
Propósitos todos que, en la era del liberalismo burgués, únicamente podían
ser conseguidos mediante la plena participación política en las instituciones
parlamentarias y que, en consecuencia, auspiciaron la formación de
numerosas asociaciones sufragistas, verdadera punta de lanza del
feminismo y, sin duda, su imagen más combativa.
Sara Y Fany
EL VOTO FEMENINO EN ESPAÑA
ResponderEliminarLa lucha por el voto femenino constituye una de las reivindicaciones más significativas del movimiento feminista durante el siglo XIX y parte del XX.
Su importancia fue tal que, una vez alcanzado en una dilatada secuencia cronológica según los países, dicho movimiento sufrirá un brusco parón. Habrá que esperar a los años sesenta para que surja una nueva corriente pensadora, el movimiento de liberación de la mujer, cuyo estudio merece ser abordado de forma separada ya que sus objetivos – en cuanto a complejidad, amplitud y ambición – difieren notablemente de los perseguidos por sus antecesoras las sufragistas.
Irene Córdoba Román 3ºB
La oposición a conceder el voto a la mujer, casada o soltera, estaba basada en el temor a que no estuviese todavía lo suficientemente independizada de la Iglesia y su voto fuese en su mayor parte derechista, poniendo así en peligro la existencia misma de la República." En el debate del día 1 de octubre de 1931, Victoria Kent (Izquierda Republicana) propuso que se aplazara la concesión del voto a la mujer; no era, decía, una cuestión de la capacidad de la mujer, sino de oportunidad para la República.
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